Cover de Julio Ramón Ribeyro
- Camilo De fex Laserna
- Jul 7
- 3 min read

Hace poco terminé de leer los cuentos completos de Julio Ramón Ribeyro, un escritor peruano del siglo pasado que militó en las huestes del realismo social. En sus cuentos el protagonismo, dependiendo de la época en la que escribió este o aquel relato, lo tienen niños pobres, oficinistas explotados, personas marginadas, profesoras feas y tristes, escritores latinoamericanos muertos de hambre en Europa y, en algunos casos contados, los vestigios humanos de una alta sociedad que se diluye. Yo prefiero el toque fantástico que debe tener un cuento pensado a la antigua, o desde la visión de Poe, luego latinoamericanizada por Cortázar. Sin embargo, también puedo apreciar lo que monstruos del realismo social como Manuel Mejía Vallejo, Mario Escobar y Julio Ramón Ribeyro pueden hacer, sobre todo en el manejo literario de los materiales ficcionales que constituyen la sociedad como realidad.
Últimamente he intentado aplicar algunos de los mecanismos literarios de este maestro del realismo social a cuentos más especulativos y el resultado me parece increíble. Por eso hoy decidí hacer un cover rápido y medio improvisado, una especie de boceto a mano alzada de un texto especulativo que se sostenga sobre las estructuras del estilo ribeyrano.
Antes de lanzarme al juego, quería diseccionar el estilo de este escritor peruano. Para empezar, sus oraciones son bastante sencillas sintácticamente y es poco amigo de la subordinación excesiva, algo que es constitutivo del estilo de escritores como Juan José Saer, escritores que son, esencialmente, novelistas. Aunque me gusta cuando los textos se explayan en subordinaciones y alejan el contenido fuerte de la oración, para los géneros cortos me parece que son más acordes las estructuras sintácticas ajustadas. Ribeyro les da una concreción quirúrgica tremenda a cada una de sus oraciones y pueden ser degustadas con facilidad.
En lo relativo al manejo del tiempo, aunque es poco común que los cuentos de Ribeyro transcurran durante años, en algunas ocasiones hace uso de la narración elíptica, con resultados magistrales como en Los eucaliptos o en Tristes querellas en la vieja quinta. Sin embargo, lo común es que las historias de Ribeyro transcurran en un periodo corto de la vida del personaje, un día, un mes como mucho, y que al final haya un momento de expansión temporal que implota sobre sí mismo en la anagnórisis. Normalmente no me gusta el recurso de “...y entonces comprendió que…”, pero a Ribeyro le sale bastante bien.
Aquí va el cover Ribeyrano:
Entre mi casa y el inicio de la montaña, hace menos de un año, todavía quedaban rastros del barrio intersticial. Tan sólo había que subir hasta la avenida 102, atravesar la marranera del cabildo Inga, para llegar hasta la zona en la que se producía la distorsión. Unas escaleras de tierra conducían al corazón de este lugar que sólo podía verse bajo ciertas condiciones climáticas y anímicas.
Los domingos nos escurríamos por las grietas del segundo barrio, acompañados del Chatarrero Loco y de su manada de perros callejeros. En la plaza de mercado —una calle alargada y congelada en el tiempo, como el resto del lugar— pasábamos mañanas enteras analizando los rostros de los habitantes del barrio durante el segundo exacto en el que fueron raptados de su realidad. Los perros del Chatarrero se quedaban hipnotizados ante estas efigies holográficas y ladraban hasta quedar sin voz. En las paredes de los tugurios fantasmales se leían las siglas de grupos armados desconocidos y consignas que se leían con una extraña familiaridad.
Si bien el realismo social me parece limitado y tantas veces es ejecutado de manera pordiosera, cada vez encuentro más recursos interesantes en sus maestros. Más que nada, en la construcción de verosimilitud, pues eso es el realismo, en últimas, una especie de fantasía cuyo lore es la ficción más escurridiza, la más difícil de atrapar: la realidad.
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