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Guía del club de lectura para matar vampiros (o gringos pedófilos)

  • Writer: Camilo De fex Laserna
    Camilo De fex Laserna
  • Oct 27, 2024
  • 3 min read


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Hace poco leí, por recomendación de un amigo, la novela de Grady Hendrix, Guía del club de lectura para matar vampiros. Hacía tiempo que no leía literatura de género, no por prejuicios espurios ni intelectuales, sino porque últimamente me interesa más la experimentación con el lenguaje (poesía) que el diseño narrativo (narratología). Esta novela es una muestra más de cómo la literatura “genérica” es muchas veces más capaz que la literatura de autor de retratar eso que algunos llaman, sin ningún viso de suspicacia, “realidad”. Es cierto que su prosa no se arriesga con figuras literarias complejas, pero no hace falta, en realidad. La estructura de sus actos, además, es clásica y funciona como un reloj bien afinado, pero sorprende el contenido con el que Hendrix llena los momentos bisagra entre actos. 


La historia transcurre en un suburbio hegemónico gringo en los años noventas. Esposas perfectamente domesticadas, maridos expertos en el subterfugio de los “viajes de negocio”, hijos e hijas infectados de la anhedonia y la falsa rebeldía noventera, barrios pobres de personas racializadas a la distancia precisa para que limpien las casas del pequeño suburbio ideal. Patricia, la protagonista, es una res que ha aceptado su matadero de confección casera, ama de casa que no sabe, todavía, que la ausencia del mundo es todo lo que la constituye. Junto a otras vecinas tienen un club de lectura mensual en el que engullen libros de true crime, en donde se expone con morbo el modus operandi de los asesinos en serie que fueron famosos en los setentas y ochentas, así como la forma en que los capturaron. En las lecturas del club también aparecen constantemente productos culturales propios de una época en la que en los Estados Unidos estaban obsesionados con los cultos satánicos y el peligro que estos entrañan para esos pequeños suburbios ideales. 


La historia la detona la llegada al barrio de James Harris, un hombre solitario, con una van como las descritas en los libros que el club de lectura devora y otras actitudes que son, como se diría hoy, tremendas red flags. Desde el título del libro nos revelan que James Harris es un vampiro, así sea un nuevo tipo de vampiro, particular adición al lore de estas criaturas que Hendrix enriquece de forma maravillosa. Sin embargo, Harris logra adaptarse a la comunidad, a pesar de las sospechas crecientes de Patricia, que la llevan a pensar primero en Harris como abusador infantil, luego como asesino en serie, hasta comprender que se trata, en realidad, de un vampiro. 


El mal que encarna James Harris, sin embargo, no sólo es sobrenatural. El tipo es un especulador financiero y allí donde va, chupa la sangre de la comunidad hasta que la diseca, envuelve a los hombres en pirámides financieras en torno al sector inmobiliario, y cuando el negocio se desploma, desaparece. En la literatura gótica, el vampiro encarna al señor feudal, a ese que desde su castillo desangra a sus siervos. Por eso es tan grato que Hendrix haya encontrado en la figura del especulador buitre una forma de renovar el tropo vampírico. Pero además, Harris siente una predilección especial por la sangre de los niños y niñas. Cuando recién llega al suburbio, Harris se alimenta de niños y niñas del barrio pobre cercano, de esas criaturas por las que nadie se va a preocupar. Esto me recordó casos de vampirismo pedófilo recientes, como el de Rafael Uribe Noguera, quien iba a barrios populares a comprar niños para violar, o de gringos que vienen a Medellín a redescubrir su monstruosidad. En la novela de Harris, la metáfora vampírica sirve para dramatizar dos problemas en uno: el desangramiento del mundo por parte de los especuladores financieros y la pedofilia ejercida por personas poderosas que casi siempre vienen de afuera, y que muchas veces poseen old money, o plata vampírica, para hacer uso de esta traducción libre que me gusta bastante. 


Es muy interesante este movimiento renovador del género que toma elementos realistas para darle nuevo sentido a la figura del vampiro, tan prostituida en las últimas décadas por ridículas ensoñaciones coprofílicas. El de Guía de club de lectura para matar vampiros es un flujo similar al que noté en la película Descansa en paz, y opuesto al que ocurre en Pura sangre, de Luis Ospina, una película que renuncia a lo sobrenatural pero mantiene intactos los tropos vampíricos y los injerta en el sustrato realista colombiano. Ambos movimientos son interesantes, pero en este momento siento que es mucho más fértil dar de comer a los monstruos de ficción las carnes de los monstruos reales.

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